Por Pamela Troncoso Torres, directora Academia Arte Motus
Para la familia de la danza, abril es el mes en que se celebra con mayor énfasis esta disciplina artística, y esto lleva a quienes trabajamos con ella, a reflexionar su valor en nuestro entorno social y su valor como herramienta formativa consiente del ser humano que decide vivirla.
Sabemos que toda disciplina artística puede aportar al desarrollo emocional de nuestros niños, enriquece el vivir de las personas, desarrollando otro tipo de habilidades, no solo las cognitivas, sino también las afectivas, sociales, autoestima, identidad, dependiendo de cuál sea la orientación de la enseñanza de esta actividad artística.
Si nos ceñimos a la danza, a todo lo antes mencionado, se une un principal objetivo que tiene que ver con el trabajo en grupo, en equipo, el aceptar al otro, opiniones, críticas respetuosas que nos llevan a conseguir un resultado final que nos beneficia a todos, más allá de una competencia individual. Este círculo de respeto es un sello de Arte Motus. Este sentido de grupo, de comunidad, se hace parte de nuestra vida diaria, enriqueciendo nuestra relación social en diversos espacios de convivencia, como el colegio, la familia, amistades; y en este transitar, un factor fundamental es en enfrentarse y manejar la frustración que se puede generar de las dificultades que presenta la disciplina artística, siendo este sentimiento parte del proceso de aprendizaje. La crítica que yo te estoy haciendo como “profe” o “compañero” es para tu beneficio y del equipo.
Podemos decir que el desarrollo de disciplinas artísticas a temprana edad enriquece y da flexibilidad al modelo educativo tradicional rígido y estructurado que vivimos en las aulas. Hoy sentimos que estamos desarrollando otras áreas que socialmente parecen estarse olvidando. Sentimos una desvaloración de lo afectivo. No es raro confundirnos, cuando los discursos hablan de la importancia de la persona en su integralidad, pero el día a día nos obliga a entender lo productivo sólo desde lo monetario, empujándonos a un individualismo extremo.
Es aquí donde la danza nos invita a generar otro tipo de relaciones humanas, “más consciente de mí y del otro”, un aprendizaje de vida que sin duda cobra un valor extra al comenzar a cultivarlo desde una edad temprana. Y esta es nuestra apuesta. El desarrollo integral de la persona, enriqueciendo su desarrollo y el de su entorno desde una mirada más amplia. Creemos en este modelo el que vamos reforzando año a año, respondiendo a las necesidades que surgen en nuestro entorno social, lo que se ve abalado con la larga permanencia de nuestros alumnos y alumnas, así como las generaciones de familias que son parte de nosotros.
La danza no es algo que se genere a través de la magia. Es trabajo. Es hacerte consiente de la responsabilidad que tienes, primero contigo mismo, y con el otro. Es disciplina, y esto significa que no es sólo llegar a la hora o vestir un uniforme, sino que es hacerte responsable de lo que tú eliges, de tus emociones, de lo que dices, y todo tiene que ver con este modelo. Es un trabajo consiente y que nos invita a ser personas “responsables consigo mismas” en todas las etapas de nuestra vida.















